Esta
mañana me levanté deshilvanada,
me desperté en la ausencia de lo propio,
en la álgida idea de que alguien movía
la cruceta de mi marioneta.
Disperso y derramo la epidemia de mi enojo.
Sírvame
de conjuro protector.
Aguárdame
la ira tras la siguiente esquina,
que
pasaré corriendo tras tu absurda mezquindad.
Con
la mirada fija en el rojo horizonte,
me
apearé de tu custodia.
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